La defensa de la Madre Tierra y sus falsedades
Independencia, con su cancha rodeada de arboleda (flecha
amarilla). Foto tomada en 2011.
Independencia, con su cancha rodeada de arboleda (flecha amarilla). Foto tomada en 2011.
A
continuación transcribo las líneas de un descendiente ayopayeño (Jose Crespo Arteaga), que recuerda
la Villa de la Independencia.
Como es
sabido, el polifacético Evo Morales (una de cuyas caras es su incontrolable
narcisismo) destina mucho tiempo y recursos a propagar su doctrina de la
revolución verde. Como se cree hijo de la Madre Tierra no hay quien le dispute
en su papel de defensor de la naturaleza a escala planetaria. No hay foro, ni
cancha de verde artificial, ni set de televisión donde no despotrique contra
las grandes potencias de ser las principales causantes del calentamiento
global, de la depredación de los bosques, contaminación de ríos y demás
crímenes ecológicos. Por si fuera poco, a raíz de las últimas inundaciones en
Bolivia, acusó al capitalismo de ser responsable de los desastres naturales.
Naturalmente,
toda esta alharaca no deja de ser una estéril cháchara, adornada de una
retórica pachamamista o telúrica, invocando a los espíritus ancestrales,
sahumerios por aquí y por allá, chamanes por docena y hasta seudofilósofos como
el canciller Choquehuanca, quien nos ha alegrado las tristes noches con sus
largas peroratas sobre el indisoluble vínculo entre seres humanos, animales,
plantas y demás objetos inanimados que nos rodean. Según su concepción, todas
las criaturas de la Pachamama son sagradas, por tanto dignas de respeto y uso
responsable. Eso es lo que nuestros ancestros nos han enseñado, a menudo ha
sentenciado.
Sin
embargo, sus “hermanos” aymaras del altiplano paceño, en un acto público de
barbarie, degollaban sádicamente a varios perros como advertencia a los
enemigos políticos del “hermano” presidente.
Aun
así, el canciller tuvo la energía necesaria para organizar una millonaria
Cumbre sobre el Cambio Climático en el municipio cochabambino de Tiquipaya,
capital de las flores, para que no faltara ni un ramo en las mesas. Llegaron
delegaciones de todos los colores y rincones del orbe. Se degustaron manjares
en platos de barro cocido. Se dedicaron insultos a la coca cola. Y se bebió
agua de manantial, traída desde la misma cordillera. Todo muy sano y muy ecológico.
De postre, se imprimió el documento conclusivo, exigiendo a todos los países
industrializados a salvaguardar el planeta. Toda una lección de moral y armonía
para Vivir Bien.
Sin
embargo, a pesar de los mostrencos cuentos del canciller, hace décadas que los
cocaleros del Trópico cochabambino arrasan paulatinamente los bosques, como los
horrorosos orcos de Tolkien, a plan de machetazo y motosierra para seguir
expandiendo sus ilegales cultivos de coca, materia prima de uno de los negocios
más salvajes y repugnantes. Esa misma coca sagrada que empobrece el suelo en un
par de años para dejarlo inservible. Y los ríos que se envenenan lentamente por
los químicos de los narcos, campeando a sus anchas en feudos del rey cocalero.
Tanto han colonizado el otrora paradisiaco Chapare que luego vienen desbordes e
inundaciones todos los años.
Para
que no quepa duda de este afán depredador del régimen, que no sólo saquea el
erario público para sus jaranas oficiales, sino que no tiene ningún escrúpulo
en “meterle nomás” la topadora en cualquier sitio, así sea un área verde para,
a continuación, sembrar cemento a título de progreso y desarrollo. Son
demasiados los árboles sacrificados para hacer sitio a los innumerables
coliseos, la obra estrella del programa Evo Cumple. Sobran ejemplos en todo el
país, bastará con que me detenga en un caso muy especial, uno que conozco muy
de cerca.
Hace
poco, causó conmoción entre la comunidad de residentes ayopayeños la noticia de
que el alcalde del pueblito de Independencia había mandado a cortar una
veintena de árboles añosos alrededor de la cancha de fútbol para construir
tribunas y camerinos. La Villa de la Independencia, como fue denominada por el
mismísimo mariscal Sucre como homenaje a su contribución a la lucha
emancipatoria, fue base de una de las guerrillas más inexpugnables, luego
registrada en los libros de historia como la Republiqueta de Ayopaya.
Independencia es acaso todavía el pueblo más rodeado de verdor de todos los
valles cochabambinos. Allí vivieron mis antepasados por generaciones. Me
conozco cada sitio de sus quebradas, cada brazo de sus ríos, cada cerro de los
alrededores. Me conocía cada uno de sus árboles centenarios, donde de chicos
jugábamos a circundarlos juntando los brazos. Allí viví toda mi niñez y
adolescencia, unos verdaderos años maravillosos.
Estos
majestuosos ceibos ya no existen más
En su
lugar se ha levantado este coliseo, obsequio del caudillo
Hoy,
gran parte de esos eucaliptos, pinos y ceibos, donde no pocas veces se colgaban
columpios improvisados, son apenas melancólicos recuerdos fotográficos, por
culpa de la infame acción de algunos pobladores y autoridades. Llegó la era
plurinacional y toda su nefasta influencia está convirtiendo los paseos y
arboledas en desolados yermos, empezando por los poblados de provincia. Ya no
quiero visitar el pueblo de mis mayores, ni volver a andar los caminos de
herradura cuando iba de excursión a sus bosques lluviosos. Porque sé que ya no
existen o han sido deformados por el atroz impulso de abrir caminos por donde
sea.
El
desvergonzado e irreparable crimen de estos arboricidas por supuesto que sigue
impune. De nada sirve que el autor principal se haya graduado de la universidad
como médico. Hundió su hacha al tronco vivo como si aplicara el bisturí a un
cadáver. El masismo siempre reúne a lo peor de la sociedad, con títulos
universitarios o sin ellos, sus desmanes hablan por ellos. Si no encarcelaron a
unos asambleístas violadores menos lo harán a unos criminales forestales.
Grande había sido el sueño de levantar unas graderías para cinco mil
espectadores en un pueblo que apenas bordea los tres mil habitantes. Todo sea
para llenar su aforo con campesinos llevados de las comarcas aledañas para
cuando el emperador descienda desde los cielos en su helicóptero y juegue al
fútbol durante la inauguración. Luego de batir alas, el silencio, la lúgubre
monotonía de las tribunas sin nadie. ¿Quién nos devuelve el encanto perdido?
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